Érase que se era un rey tan bueno y campechano que habíendose encontrado a una pobre princesita que no tenía reino donde reinar ni principado donde principear se gastó 500.000 euretes, de aquellos que le regalaban sus felices súbditos, para arreglarle una casita a la desvalida princesita muy cerca de su palacio.
Triste y sola como estaba la princesita el rey no dudó en buscarle lucrativas actividades para que generaran pingües beneficios a la joven damita para, de este modo, aliviar su dura situación.
Pero no es que el rey fuera un sátiro perversor de princesitas,
no, que el quería mucho a la reina, el lo hacía por amor, por amor al
prójimo, que es una cosa muy piadosa y cristiana, aunque sea a costa
de seguir gastando a manos llenas los recursos de unos depauperados súbditos víctimas de la avaricia y el expolio de unos sinvergüenzas deslegitimados para representarlos.
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