Si para la España más conservadora el reportaje fotográfico de Samuel Aranda en el New York Times supuso un ataque gratuito a la imagen de "la marca España", ¿qué habrá supuesto entonces el irracional y patético espectáculo dado ayer por las salvajes fuerzas del orden público?
Solo la deplorable actitud de los agitadores infiltrados por la policía (portando ridículas banderitas para que supieran en donde estaban), fue artífice de las acciones que desencadenaron las cargas iniciales de los esbirros del sistema.
Hoy más de uno ha tenido la desvergüenza de apoyar tamaña salvajada. Si a esto pretendéis que le llamemos democracia estáis muy equivocados, máxime cuando este gobierno perdió su legitimidad con su primera mentira y desde entonces han caído bastantes más.
Afortunadamente los ciudadanos son bastante más sensatos que aquellos que teóricamente tienen que velar por su seguridad.
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